29 de febrero de 2012

El corazón humano


[DE: Alberto Luque]

José Ramón pone un dedo en una llaga, como cuando Monseñor Myriel echaba en cara al convencional G. la muerte del niño Luis XVII. ¿Qué responder ante las acusaciones, verdaderas, de haber matado en una lucha revolucionaria? En un sentido humano abstracto, pero también emocionalmente concreto, la muerte es muerte, y el homicidio es homicidio, un horror, una conmoción cósmica. Pero hay que hacer casuística, distinguir las motivaciones, los condicionantes, los fines, etc. Matar por dinero es monstruoso, pero matar en defensa propia es poco menos que una ley natural.
Creo que José Ramón tiene más razón que un santo cuando dice que las verdaderas revoluciones son las que cambian el corazón de los hombres, y lo justifica muy bien: «pues si no, a medida que se afloje el celo y la ira inicial y baje la espuma del fervor de los revolucionarios, los opositores buscarán la forma de apoderarse de sus viejos dominios, poniendo así en marcha una secuencia infinita de revoluciones y contrarrevoluciones cada una de las cuales exigirá su tributo en sangre y zozobra». En efecto, pero ¿no es esto precisamente lo que justifica el Terror? Cuando se inició la Revolución francesa, evidentemente no había cambiado «el corazón de los hombres», al menos el de los ricos y poderosos, de manera que éstos se pusieron a tramar inmediatamente una terrible venganza. Si su corazón no hubiese estado tan corrompido por siglos de egoísmo, de crueldad, de soberbia y de desprecio, su actitud habría sido otra, ¿no? Habrían aceptado las leyes igualitaristas. Pero «los ricos lo quieren todo»… y su corazón sólo está en el dinero.
El Terror es una medida cautelar, suspensiva, transitoria, una medida de guerra. Su objetivo es aplastar las últimas y feroces resistencias al nuevo orden democrático, que en suma consiste en instaurar por encima de cualquier otro el «derecho a vivir». ¿Qué podemos o qué debemos hacer cuando se amenaza nuestro derecho a vivir? Depende de las circunstancias. San Francisco resolvió un grave problema ecológico dialogando con un lobo hambriento:

—Hermano lobo, tú estás haciendo daño en esta comarca, has causado grandísimos males, maltratando y matando las criaturas de Dios sin su permiso; y no te has contentado con matar y devorar las bestias, sino que has tenido el atrevimiento de dar muerte y causar daño a los hombres, hechos a imagen de Dios. Por todo ello has merecido la horca como ladrón y homicida malvado. Toda la gente grita y murmura contra ti y toda la ciudad es enemiga tuya. Pero yo quiero, hermano lobo, hacer las paces entre tú y ellos, de manera que tú no les ofendas en adelante, y ellos te perdonen toda ofensa pasada, y dejen de perseguirte hombres y perros.
(…)
—Hermano lobo, puesto que estás de acuerdo en sellar y mantener esta paz, yo te prometo hacer que la gente de la ciudad te proporcione continuamente lo que necesites mientras vivas, de modo que no pases ya hambre; porque sé muy bien que por hambre has hecho el mal que has hecho. Pero, una vez que yo te haya conseguido este favor, quiero, hermano lobo, que tú me prometas que no harás daño ya a ningún hombre del mundo y a ningún animal. ¿Me lo prometes?

El lobo lo prometió, y también los habitantes de Gubbio. Pero este lobo de Gubbio ¿se parece al lobo capitalista, al homo lupus homini (Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit, como escribía Plauto en Asinaria: el hombre es un lobo para el hombre cuando no conoce al otro)? No. El lobo de San Francisco es el delincuente por necesidad, a quien el resto de la sociedad puede rescatar con sólo tratarle con justicia. Pero el lobo capitalista es un predador nato, alguien con quien no hay posibilidad de llegar a un acuerdo. El lobo de Gubbio hacía daño a causa del hambre; pero ¿es por hambre por lo que los ricos han abusado, explotado y humillado? «Los ricos lo quieren todo»… Sólo porque jamás consienten en establecer ese pacto que hasta el lobo de Gubbio aceptó, es por lo que se acaba casi siempre en baño de sangre.
La lógica de la violencia revolucionaria es, en cierto modo, la misma que la de la violencia contrarrevolucionaria. El amo dice al esclavo: si te portas bien, no tendré que castigarte. El esclavo, cuando toma el poder, tiene que contestar lo mismo a su antiguo señor: ¿Te vas a portar bien, o tendré que castigarte? Cuando alguien que nos amenaza al mismo tiempo nos pide respeto o indulgencia, tenemos que contestarle: eso depende de ti.
Hay, en fin, algo terrible en tener que aceptar la violencia simplemente porque es inevitable. Que sea inevitable no la vuelve menos indeseable. Pero una vez comprometidos, y cuando no hay marcha atrás, ¿es preferible la claudicación? Si se trata simplemente de perder la propia libertad o la propia vida, quizá; pero cuando se trata de defender la vida y la libertad de los demás, de los hijos, de los amigos, de todos, ¿es entonces más humano o heroico evitar la lucha, aun si es a muerte? Robespierre llevó a muchos a la guillotina, pero luego otros lo llevaron a él, y ¿con qué propósitos? La violencia es la misma en ambos casos, pero lo que quería Robespierre era bueno, y lo que querían los otros, malo. Esta manera de expresarse, tan apodíctica, puede parecer irreflexiva o simplista, pero yo creo que en realidad es muy costosa.

PS. —Hay un lema de Lenin que viene muy a propósito de esta dialéctica de la lucha de clases: «Salvo el poder, todo es ilusión». Lo mencionó hace unos días mi amigo Josep Maria Cuenca en una conversación privada, sin estar del todo seguro de que la frase fuese de Lenin. La he buscado, y sí lo es, aunque algunos la atribuyen erróneamente a Mao (por ejemplo, María Victoria Uribe Alarcón, en Salvo el poder todo es ilusión, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2007, p. 246, quizá porque la adoptaron como lema, casi simultáneamente, diversos movimientos de inspiración maoísta en Sri Lanka, Colombia e Irlanda). El artículo en que aparece la frase no está recogido en las Obras escogidas en 12 vol. Está en el t. ix de las Obras completas; no tengo la edición en español, sino la inglesa:

The struggle is approaching its denouement, the answer to the question whether actual power is to remain with the tsar’s government. As for recognition of the revolution, it has now been generally recognised. It was recognised quite long ago by Mr. Struve and the Osvobozhdeniye gentry. It is now recognised by Mr. Witte and by Nicholas Romanov. “I promise you anything you wish,” says the tsar, “only let me retain power, let me fulfil my own promises.” That is the gist of the tsar’s Manifesto, and it obviously had to spark off a determined struggle. “I grant you everything except power,” tsarism declares. “Everything is illusory except power,” the revolutionary people reply. [“The denouement is at hand”, Proletari, núm. 25, 18 [3 en el calendario juliano] de noviembre de 1905, en Collected works, Moscú, Progress, 1962, t. ix, p. 449.]

1 comentario:

  1. Me he quedado con la dicotomía lobo delincuente por necesidad y lobo capitalista predador nato...no creo que sea tal, la de delincuente "por necesidad" es quizá un concepto más amplio, y el de capitalista más "especializado" en el tema de la pasta. En cualquier caso supongo que en muchas ocasiones no hay fronteras entre una y otra categoría...el asesino que actúa bajo promesa de premio o recompensa lo puede hacer muchas veces por dinero, el narco lo hace por dinero, el ladrón lo hace por dinero...el que encarga el asesinato puede que lo haga por dinero...más allá está la violencia y el ensañamiento, la rabia, el rencor, el odio, la psicopatía, sí, la locura, la megalomanía (el pecado rey del capitalista cabrón tipo) en cualquiera de sus muchas formas...fenómenos necesarios para saciar a quienes los practican. Creo que esos son los verdaderos lobos, y supongo que aquí entra una cuota muy alta de delincuentes comunes -capitalistas o no-, con los que San Francisco quería negociar y a los que, como buen santo que era, le hubiese gustado redimir de el rerchazo que provocan en sociedad y desde luego de sus propios conflictos internos, presuponiendo que todos los animalitos de Dios -nosotros en este caso- deberían participar en una cierta conciencia. Esa conciencia que en un estado paradisíaco debería llevarnos a la justicia y de rebote a la paz y a la última palabra del Fausto, esa con la que se identifica a Dios en el libro de Juan. En cuanto a esa conciencia por fuerza sucia, todos los lobos son parecidos, unos desgraciados.

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