11 de abril de 2012

La economía lúgubre


[DE: Alberto Luque]

El destino señalado a los parias de Europa, ya lo podemos contemplar en Grecia, donde el sueldo de profesor de secundaria oscilaba entre 600 y 1200 euros, antes de aprobar las crueles medidas de austeridad que ahora se le dictan desde el Cuarto Reich: reducción de los presupuestos para enseñanza en un 60%, despido de 150.000 funcionarios, reducción del salario mínimo en un 20%… El Frente de Izquierdas en Francia se opone frontalmente a esta “austeridad para los pobres”, correlato lógico de la lujuria para los ricos: exige el impuesto progresivo, elevar el salario mínimo a 1.700 euros, prohibir el despido en las empresas que tengan beneficios, imponer tanto un salario máximo (del orden de 20 veces el salario medio) como uno mínimo, y asimismo una renta máxima, etc. En fin, oponerse sin complejos a esa farsa de la templanza para los pobres y la voracidad para los ricos…
¿Acaso hay algo nuevo en todo esto? ¿No nos llega al alma el lamento del Eclesiastés: Nihil novum sub sole? Es la enésima repetición de las invariables consecuencias de la “economía lúgubre” manchesteriana. El Gobierno de la Generalitat se propone implantar el próximo curso la jornada intensiva en colegios e institutos al objeto de ahorrar (15.000 millones de euros). Pero ¿qué es lo que se ahorra con medidas así? Los servicios públicos, lo que el Estado está obligado a garantizar a los ciudadanos. Y con toda desfachatez, unos ignaros “economistas” del tres al cuarto, que sin entender ni palotada del funcionamiento real de la economía capitalista pasan por “expertos” porque conocen las “recetas técnicas” para impedir que el gran capital financiero se derrumbe, nos dicen que es “lógico” ahorrar “cuando se ha gastado demasiado”. Esto será muy “lógico” para una racional economía doméstica: uno no puede gastar mucho más de lo que ingresa, a menos que se le amplíen los límites del crédito; pero ¿qué subnormal puede pensar que la economía del Estado se ha de basar en la misma “lógica” que la de un trabajador? Aquí es al revés: el Estado no puede ingresar menos de lo que necesita gastar; si se necesita más dinero para, digamos, policía, o escuelas, u hospitales, o jueces, o lo que sea que se considere bueno y deseable, entonces debe subir los impuestos hasta recaudar la cantidad justa. Pero los muy ricos, que pagaban entre el 55 y el 75% de su renta hasta los años 70, ahora apenas pagan un 12%-15% (sin contar con las amnistías a los más delincuentes). El “uno por ciento” al que a menudo se ha referido Stiglitz es dueño del 90% de la riqueza, y resulta que el Estado debe contentarse con recaudar sus fondos del restante 10% que poseen los más pobres. No hace falta ser ni muy espabilado, ni muy experto, sino sólo saber contar con los dedos, para comprender la tomadura de pelo.
Así que el gobierno va a “ahorrarnos” esos servicios que se nos deben, y se supone que, al oírles hablar de este modo, debemos aplaudir su prudencia y su previsión, que debemos alegrarnos de que ya no se despilfarre el dinero en nosotros, los pobres, que no sabemos cómo usarlo sensatamente, sino que se lo dejemos todo a los ricos, que, como decía de sí mismo Sir Humphrey Pengallan (Charles Laughton) en La Posada de Jamaica, de Hitchcock, son los únicos que realmente saben cómo gastarlo. Y aun así, supongamos que fuese razonable tolerar esos recortes —quizá porque los pobres debamos tener más sentido de la responsabilidad y estemos mejor entrenados para la austeridad—, supongamos que fuese sensato ser tan generosos con los ricos, que tanta necesidad tienen de ganar más y de “ahorrarnos” el disfrute de nuestras necesidades, porque así, se nos dice, ayudamos a mitigar la “crisis económica” —un curioso eufemismo para nombrar a una bacanal romana. ¿En qué partidas se “ahorra”, por ejemplo, al practicar la jornada intensiva en los colegios? En transportes escolares, comedores y calefacción, básicamente. Pero entonces, ¿de qué vivirán los autobuseros, los cocineros y los trabajadores de la industria eléctrica y de hidrocarburos? Cualquier niño es capaz de contemplar el ciclo vicioso que se desarrolla a partir de una situación semejante en una economía liberal: más desempleo — menos consumo — menos oportunidades de negocio — más desempleo. Un círculo maravilloso de retroalimentasión positiva, como una bomba de fisión.
Así está el tema…
[…]

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