10 de abril de 2012

‘Et cætera’


[DE: Alberto Luque]

La última comunicación de Josep Maria Viola me ha parecido extraordinariamente precisa, profunda, exhaustiva y franca… y sobre todo incitadora a profundizar aún más en ideas importantes que por lo general se encuentran apantalladas por las ideologías mendaces que dominan el mediocre panorama político. El de Josep Maria ha sido un ejercicio verdaderamente (= filosóficamente) impío, que me compromete por lo menos a insistir en su misma línea. Hay que vencer toda esa timidez que nos impide a tantos hablar alto y claro, porque tememos quizá que nuestras palabras chirriarán en los delicados oídos de la estulta masa y los paladines de la izquierda exquisita.
(Un buen método —pero del que quizá sería inadecuado abusar— es el del poner cuestiones muy provocadoras, no sólo por su contenido, sino por el estilo, por el enfoque. Por ejemplo, rescatar a Lenin del submundo de las sombras ideológicas de la estulticia burguesa. O incluso a Stalin, como ha hecho Losurdo —y entre nosotros, por su mediación, el propio Josep Maria. Yo ya me atreví a rescatar a Robespierre. El caso de Stalin es más espinoso, porque representa casi todo aquello que todo movimiento de emancipación verdaderamente socialista debería evitar, pero también hay que reivindicarlo en parte para la teoría de la emancipación comunista. Desde luego que Robespierre no es comparable a Stalin, sino mucho más precisamente a Lenin —y el propio Trotski sugería esta comparación cuando calificaba el stalinismo de “reacción termidoriana”. En todo caso, la cuestión de ser “provocador” es un tanto falsa: ¿qué verdad puede dejar de ser provocadora en un mundo, por decirlo en términos bíblicos, gobernado por el “espíritu de la mentira”? )
Aquí se han juntado —y no por puro azar— varios asuntos cruciales:
(1)  el idealismo burgués en la concepción del Estado (con toda la metafísica de los derechos “universales”, etc.);
(2) el nacionalismo, que ha infestado a la izquierda oficial, contradiciendo sus principios más racionales y volviéndola aún más inocua;
(3) el 15-M, y la actitud burocrática de la izquierda oficial, negándole el pan y la sal;
(4) el tema del poder y la violencia.
Se trataría de ir desgranando una a una estas cuestiones interrelacionadas.
Josep Maria ha planteado estas cuestiones de un modo tan diáfano, riguroso y exhaustivo, que incluso si no estuviera de acuerdo con alguno de sus puntos de vista, no podría ser más feliz que viéndome llevado a discutir en esos términos tan inteligentes. “Desgraciadamente” no puedo “discutirlos”, y apenas me queda otra cosa que adherirme sin reservas. Pero como unas ideas realmente bien formuladas suscitan siempre otras concomitantes, me esforzaré en ampliarlas (un trabajo constructivo mucho más difícil, para mí, que el destructivo de “discutir” aquello que me resulta incoherente en algo ya formulado).
El tema del Estado no sólo como instrumento generado para consolidar los privilegios de clase, sino como institución generadora de esas diferencias, es interesante y complicado. Sobre todo porque se trata de una cuestión de reconstrucción histórica, o incluso antropológica; la cuestión del “origen del Estado” me parece difícil de elucidar científicamente sobre todo por el hecho de que no ayuda gran cosa a esa elucidación el examen de lo que los Estados han devenido. Actualmente el Estado sigue siendo un instrumento de dominación de clase, pero al mismo tiempo es un complejísimo aparato incapaz de funcionar como una máquina perfecta de dominación para convertirse, en parte, casi en su contrario, en un instrumento para resistir la dominación de clase, o incluso para servir a la lucha por la extinción de las clases. El Estado puede transformarse en socialista sin ser destruido —como fantasearon siempre los anarquistas—, sino sólo modificado, haciendo que sea dirigido por los trabajadores en lugar de por los capitalistas.
A estas alturas, y por haber dejado pasar demasiados días para proseguir nuestros debates, he acumulado tal cantidad de anotaciones que no me va a ser posible plantearlas con claridad si antes no procedo a diseccionarlas según sus “junturas naturales”, como diría Platón.
Propongo, por tanto, los siguientes campos de discusión:
(1) El tema del poder y del Estado, de la violencia, de la dictadura de clase, etc.
(2) El tema del nacionalismo.
(3) El tema del resurgir de unos movimientos de resistencia (tipo 15-M, o más vertebradamente, el del Frente de Izquierda de Jean-Paul Mélenchon en Francia, amén de los movimientos izquierdistas triunfantes de Hispanoamérica). (Por cierto, en el mitin celebrado por el FG en Toulouse el pasado día 5 se reunió a 60.00 personas; semanas antes se habían reunido más de 100.00 en París, y masas similares en Marsella y otros lugares; el grito de orden era “Résistance!”. Rufino Fernández me telefoneó, emocionado, desde Toulouse en el momento del mitin, y pude escuchar a través de las ondas electromagnéticas el estentóreo canto de “La Internacional”, que sonaba tan poderoso como se “siente” en un filme mudo de Eisenstein. Sería interesante discutir los planteamientos de este resurgente Frente de Izquierdas, que apela directamente a la “revolución ciudadana” liderada por Correa en Ecuador —y sobre sobre la que, por cierto, recuerdo que Víctor Bretón me habló en términos decepcionantes—; yo habría preferido una apelación al movimiento bolivarista de Chávez… pero en el fondo esto es muy secundario; el propio Mélenchon ha hecho explícita su mayor simpatía con Correa y Kirchner que con Chávez…)
Y como método para abordar todos ellos —pero sobre todo el (1)— propongo discutir una cuestión lingüística, pero que dista mucho de ser un mero entretenimiento filológico, sino un problema de primer orden político: el del uso corrompido, irritante, irracional, que se viene haciendo desde hace mucho tiempo de términos como “democracia”, “dictadura”, “violencia”, “poder”, “explotación”, “orden”, etc.
[…]

No hay comentarios:

Publicar un comentario