3 de diciembre de 2015

Cataluña es España

Alexandru Andrei Szekely

A los lectores y colaboradores de este blog, ¡saludos! Vosotros no me conocéis, ya que nunca he llegado a dejar ningún comentario o entrada, pero soy un asiduo lector de este blog que me ha enriquecido verdaderamente mucho, penetrando siempre en el fondo de cuestiones éticamente importantes, el estilo, los sentimientos, la política, etc. No quisiera dejar pasar este momento para agradecéroslo, ya que la dificultad o complejidad de muchas de las cuestiones aquí tratadas me había causado mucha inquietud e incluso tormentos intelectuales hasta que no daba con el comentario oportuno que me abría nuevas vías de comprensión. El aprendizaje es arduo y fatigoso si no se dispone de un maestro, o de una comunidad de ellos, que nos guíen y nos proporcionen las respuestas a aquellas preguntas que van adquiriendo una dimensión más que anecdótica o instrumental, convirtiéndose a veces en auténticos pesares. Quiero agradecer también públicamente a mi profesor Alberto Luque haberme introducido este blog, y la entusiástica generosidad que ha brindado siempre en sus artículos y en conversaciones privadas.
No quiero arrebataros vanamente más tiempo, así que pasaré directamente a aquello que querría exponeros. Vosotros representabais hasta ahora un motivo de íntimo orgullo por vuestra serena actitud ante la situación catalana. Vuestra serenidad se me hizo recurrentemente patente en esos valiosos ejercicios en que separáis la doxa de la episteme, la ideología de la verdad, el espejismo y la ofuscación del hecho probado e indiscutible. Os escribo esto para informaros de una concentración popular organizada en la plaza Sant Jaume en Barcelona, el día 19 de diciembre, la jornada de reflexión antes de la elecciones, por el MCRC (Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constituyente), organización cultural fundada por Antonio García-Trevijano, a quien ya habíais citado hablando del derecho a decidir.

30 de septiembre de 2015

Lo ingenioso y lo juicioso (Podemos, España)

Alberto Luque

La reciente campaña electoral en Cataluña necesariamente ha tenido que parecer escandalosa y repugnante a muchos. Porque lo ha sido, de la cabeza a los pies. Ha sido, ante todo, una campaña ingeniosa. Una verdadera apoteosis de ingenio, lunatismo y extravagancia. Las ocurrencias de unos y otros —incontables y reiteradas hasta la náusea— han alcanzado, en efecto, las más altas cumbres históricas de lo ingenioso, que es —para Kant y para cualquiera que razone bien— lo opuesto a lo juicioso. Como habitualmente en este blog se plantean y se discuten temas de alto vuelo teórico, y además se hace de propósito también con método y filosofía, casi les parecerá a muchos —a veces a mí mismo— un error descender al fango oscuro del griterío mal llamado «político», que en nuestros días está más cerca de la verdulería, la superstición o la prensa amarilla que de la filosofía. Pidámosle a cualquier militante o dirigente de cualquier partido político, al azar, que tome algún libro de historia de las ideas políticas (el de Sabine, por ejemplo), y me juego el páncreas a que le produce algún brutal efecto somático: desorientación, vértigo, náuseas, escozor… o bien lo deja estupefacto e inquieto, al comprobar la insalvable sima que se abre entre su ignorancia, lo que él llama «política», y lo que significa realmente la política.

17 de mayo de 2015

De la hegemonía en abstracto y en concreto

Alberto Luque

El de hegemonía es un concepto tan polisémico que incluye categorías inconmensurables. Sólo su sentido formal es común a todas las acepciones, sentido más o menos estrechamente vinculado a su etimología, como poder de dirección, autoridad o influencia dominante. En sentido político, es extensivamente sinónimo de poder, o sea que acompaña a éste como la sombra al cuerpo. Aun así, no significa lo mismo —como no son lo mismo el cuerpo y su sombra—, y es necesario distinguir partes en tal concepto, y especialmente conviene distinguir la «hegemonía cultural». En los fundadores del marxismo ya queda meridianamente claro que la ideología dominante no es otra cosa, regularmente, que la ideología de la clase dominante. «Regularmente» significa: en los estadios históricos, más o menos dilatados, en que el orden socioeconómico es invariable y tenaz, en que la clase dominante lo es incontestablemente, porque las relaciones de producción se corresponden muy coherentemente con el modo de producción —es decir cuando éste no acusa una crisis global, no se resquebraja en su raíz, sino que soporta bien una miríada de pequeñas contradicciones ocasionales o más o menos persistentes. Así, el orden feudal es estable y hegemónico durante siglos tras la desintegración del orden esclavista, y el orden capitalista resulta ineludible tras la disolución del feudal. El endémico problema de la vivienda, o el de la delincuencia, o la corrupción, etc. son contradicciones soportables mientras no se intensifican, y no se intensifican por sí mismas, autónomamente —salvo en casos anómalos—, sino cuando todas las relaciones sociales acusan agudamente su contradicción con el modo de producción (la estructura de la propiedad, la propiedad privada de los medios de producción).