17 de mayo de 2015

De la hegemonía en abstracto y en concreto

Alberto Luque

El de hegemonía es un concepto tan polisémico que incluye categorías inconmensurables. Sólo su sentido formal es común a todas las acepciones, sentido más o menos estrechamente vinculado a su etimología, como poder de dirección, autoridad o influencia dominante. En sentido político, es extensivamente sinónimo de poder, o sea que acompaña a éste como la sombra al cuerpo. Aun así, no significa lo mismo —como no son lo mismo el cuerpo y su sombra—, y es necesario distinguir partes en tal concepto, y especialmente conviene distinguir la «hegemonía cultural». En los fundadores del marxismo ya queda meridianamente claro que la ideología dominante no es otra cosa, regularmente, que la ideología de la clase dominante. «Regularmente» significa: en los estadios históricos, más o menos dilatados, en que el orden socioeconómico es invariable y tenaz, en que la clase dominante lo es incontestablemente, porque las relaciones de producción se corresponden muy coherentemente con el modo de producción —es decir cuando éste no acusa una crisis global, no se resquebraja en su raíz, sino que soporta bien una miríada de pequeñas contradicciones ocasionales o más o menos persistentes. Así, el orden feudal es estable y hegemónico durante siglos tras la desintegración del orden esclavista, y el orden capitalista resulta ineludible tras la disolución del feudal. El endémico problema de la vivienda, o el de la delincuencia, o la corrupción, etc. son contradicciones soportables mientras no se intensifican, y no se intensifican por sí mismas, autónomamente —salvo en casos anómalos—, sino cuando todas las relaciones sociales acusan agudamente su contradicción con el modo de producción (la estructura de la propiedad, la propiedad privada de los medios de producción).